No maten a mis nietos…porque ya mis hijos crecieron por @Rieragregorio

B_l9nPrXAAAk4uk

Gregorio Riera Espinoza || rieragregorio@gmail.com

El luto va por dentro, corroe y corroe el alma que recibimos del cielo. La cabeza gacha no sabe hacia dónde mira y el abismo del infinito se llena de tristeza. En mis sueños que siempre han sido indomables y briosos, incontenibles y viajeros, ya no se dibuja nada, sino el profundo dolor de la mezcla del recuerdo de un niño con la imposibilidad de razonar y entender cómo la mayor de las tragedias sea inducida por la estupidez, el odio, la irracionalidad y el fanatismo.

Se ha borrado la sonrisa espontánea, hermosa que se dibuja en mis labios con el solo recuerdo de mis nietos al solo imaginar el nudo opresor que la barbarie de un régimen más tirano que la ignorancia y más brutal que el salvajismo, ha colocado en el pecho de los padres del niño asesinado en San Cristóbal. Unos zapatos que acompañaban los pasos hacia el futuro que es la escuela, quedaron ensangrentados en aquella estrecha calle que ha sido testigo del deambular de seres cordiales, que en una ocasión se saludaban y vivían en un mundo llamado Venezuela. Esos zapatos nunca más irán hacia delante; inertes quedarán hasta que el tiempo los destruya y ya no cobijarán los pies de Kluiverth.

No maten a mis nietos… porque ya mis hijos crecieron.

Mis niños, niños de mis amigos, niños de mi país y lo diré como lo siento, niños de mi patria. ¿Adónde los están llevando? Ya no solo es a ideologizarlos mediante los programas académicos escolares convirtiéndolos en peones de un fanatismo que ni siquiera ideológico es, sino hamponil, mezquino y cobarde. Ahora los llevan a la muerte, arrancando así a las entrañas de todos los que somos padres un pedazo de nosotros que nunca se reparará. ¿Cómo calmar la tristeza que se transforma en rabia y rebeldía?

Trato de imaginar a mis hijos pequeños, pero entre tanto dolor solo los puedo ver como lo que son ahora, adultos y con familia. Entonces oigo al padre de Kluiverth cuando dijo: “Mi hijo no era chavista, mi hijo no era copeyano, mi hijo no era adeco, mi hijo era mi hijo… y tenía muchas ilusiones en la vida”. La tragedia no tiene límites y la culpa se desprende desde arriba como una cascada que salta de piedra en piedra, para llegar a las manos de otro joven que desgració su vida además de la de Kluiverth, al accionar el gatillo que liquida la conciencia, al descargar el odio aprendido, estimulado y hasta enaltecido por sus “superiores”, quienes se han apropiado de un poder que han usado para hacer sucumbir a una sociedad que dejó de soñar para solo subsistir.

Ahora nos ocupamos de las nuevas visas a estadounidenses, de encarcelamientos por doquier olvidados rápidamente y de unas elecciones internas de partidos y luego nacionales para permitir que sigan rodando los dados sobre la mesa y mantener la mentira de la esperanza. Mientras tanto no puedo menos que exclamar: ¡No maten a mis nietos… porque ya mis hijos crecieron!

Deja un comentario